La publicidad no sólo es un mensaje comercial; es una forma de transmitir valores, enfoques culturales, estableciendo modelos de identificación y aspiración, ubica a los consumidores en experiencias más amplias sobre lo que están ya acostumbrados, y en muchos casos produce sentido social. López (2005, pp. 1-2) manifestó que toda publicidad tiene una dimensión social es un hecho irrefutable, porque parte en su concepción misma de la sociedad, de los valores vigentes o que predominan en una sociedad determinada. Dirige sus mensajes nuevamente a esa misma sociedad, para influir directa e indirectamente en ella y satisfacer así, del modo más eficaz posible, los objetivos pragmáticos de un determinado anunciante. Pero una cosa es servirse de la sociedad y dirigirse a ella, y otra muy distinta que la finalidad de esos mensajes sea de carácter social. Hay una publicidad que, por encima de este “interés social”, es específica y doblemente social, ya que persigue fines vinculados con la mejora de los individuos y de las sociedades. Es así entonces, que la publicidad social son todas las acciones, campañas o promociones con temática social o medioambiental, siendo una actividad comunicativa de carácter persuasivo, pagada, intencional que sirve, a causas concretas de interés social.
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